La solemnidad de la epifanía, nos lleva a pensar en que la luz que guio a los reyes magos, puede también guiarnos hoy a nosotros hacia el encuentro de la Gran Luz, que es Jesús, el niño nacido en Belén.
Cabe preguntarnos: ¿Qué regalos le llevamos nosotros al niño, al rey que nos ha nacido?, seguramente no los mismos que llevaron los magos hace tantos años, sin embargo siempre tenemos algo que darle al Salvador, y ese algo es nuestro corazón puro y ferviente deseo de encontrarlo, de amarlo y recibirlo en nuestra vida.
Así como los reyes magos guiados por esa luz y con su corazón inquieto hasta encontrar al niño Jesús, también nosotros podamos buscarlo con esa misma inquietud y gran deseo de adorarlo, aunque seguramente pasaremos por momento en que esa luz que nos guía pierda su brillo, pero nuestra mirada de fe siempre debe estar puesta en Dios, ya que la invitación para buscarlo es pura iniciativa divina, es decir, es la Gracia de Dios la que nos lleva hacia la Gran Luz.
Pidamos a Dios que la luz de la estrella que iluminó el camino de los magos, ilumine hoy nuestros corazones, y en esta solemnidad podamos repetir con convicción las palabras de San Agustín: “Señor tu nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. No busques esa gran luz fuera de ti, ella habita dentro de ti, porque está más íntima que tu propia intimidad.
Que el resplandor de Jesús que es la gran luz, nos lleve a ser resplandor en la vida de todos los que necesitan ayuda para encontrarse consigo mismo y con Dios, que seamos verdadero testimonio de la manifestación de Dios en nuestras vidas, y que el mayor regalo que podamos ofrecerle en esta solemnidad no sea oro, incienso y mirra, porque si queremos darle algo verdaderamente hermoso a Dios, no busquemos que darle, démonos nosotros al cien por ciento con nuestra vida.
Feliz día de reyes.
Patricio Fuentes
Diácono
Parroquia San Ignacio de Loyola